El abuso sexual es igualmente mal visto y sancionado en Estados Unidos y en Latinoamérica. Es un fenómeno despreciable e inmoral que debe ser juzgado socialmente y condenado legalmente.
Sin embargo, hay otra cara de esta moneda, pues en este país este tema alcanza en ocasiones dimensiones ridículas, que a más de un compatriota le han llevado a pasarla muy mal.
En nuestros países es muy común el “piropo”, el mirar insistentemente a la persona que nos gusta tratando de llamar su atención y entender su reacción, y en muchas ocasiones es aceptado o tolerado cierto tipo de contacto físico cuando hablamos o bailamos.
En Estados Unidos, todas estas cosas pueden llevar a situaciones que van desde el lógico llamado al respeto hasta el absurdo de más de una señora o señorita que puede llegar a sentirse “sexualmente ultrajada” porque alguien se le quedó mirando fijamente en el elevador a un escote más amplio que el Golfo de México.
La forma en que te diriges a tus compañeros y compañeras de trabajo también puede ser malinterpretada si nos regimos exclusivamente por parámetros y costumbres que para nosotros pueden ser muy normales.
Por eso, es muy importante cuidar todo tipo de contacto físico que establecemos, las bromas que en ocasiones hacemos (hasta el sentido del humor es muy diferente en ambas culturas) y las opiniones que públicamente vertimos sobre las personas con quienes compartimos.
Algo que para nosotros quizás sea cotidiano o insignificante puede ser esgrimido por algún malintencionado (o simplemente por alguien que piensa diferente a nosotros) como una forma de “abuso sexual”, lo cual conlleva la pérdida inminente del empleo y, en ocasiones, consecuencias mucho más graves.
Este aspecto no solo tiene en cuenta las relaciones de los hombres respecto a las mujeres, sino también viceversa, pues conocemos varios casos de mujeres latinas que han sido acusadas de “acoso sexual” por ciertos comportamientos hacia vecinos y compañeros de trabajo.
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